4.2.3 Pastoral sistémica: colegio en pastoral.
Nuestra pastoral es sistémica. Esto quiere decir que no es un compartimento
estanco o una serie de actividades aisladas que se añaden a lo específicamente
escolar y que son responsabilidad de un grupo de “especialistas”, sino que la
pastoral constituye la columna vertebral de la identidad de nuestros colegios, de
manera que las opciones metodológicas, la organización, las relaciones, toda la
vida escolar, está impregnada del talante evangelizador propio de la pastoral, y
todos los educadores del centro son responsables de la misma.
Nuestra pastoral es sistémica porque la escuela es un sistema en el que cada
elemento está interrelacionado con el resto. En este contexto, la pastoral tiene la
función de iluminar, dar sentido y coherencia al conjunto de la organización. La
pastoral vela para que en todas las acciones, procesos y decisiones educativas se
vivan y se promuevan los valores del Evangelio, de manera que aunque no se
hable directamente de Dios, se muestre su presencia en la vida cotidiana.
Nuestro modelo de innovación, nuestras opciones de atención a la diversidad,
nuestra manera de evaluar, la articulación de los aspectos extracurriculares,
nuestros presupuestos, nuestra visión de la calidad, o las normas de convivencia
se alimentan de criterios pastorales.
Por otro lado, lo específico de la escuela es lo curricular, por tanto estamos
convencidos de nuestra pastoral debe estar presente en los saberes, en las
asignaturas, si no, difícilmente podremos hablar de pastoral educativa. De
manera que la tarea de fondo de nuestra pastoral es la síntesis fe-cultura-vida;
en palabras de Magdalena Sofía: “Solamente la unión de la Fe y la Cultura
culminará nuestra obra. Une estrechamente las dos y comprenderás por
completo nuestra vocación” (M.S. Barat, 1833). Es decir, ofrecemos una cultura
impregnada de los valores del evangelio, abierta a la dimensión espiritual y
religiosa y a la transformación del mundo. Esta síntesis supone un doble proceso:
la evangelización de la cultura e inculturación de la fe.
“Con la Iglesia, como Iglesia, trabajamos por la evangelización de las culturas,
con el Espíritu que está ya operando en el interior de cada una de ellas, para
liberar su potencial de vida y energía” (CIE, 1988).
Esto nos exige aprender de la cultura de nuestro tiempo y descubrir en ella
signos de vida y esperanza. Al mismo tiempo reconocer la fragilidad de esa
misma cultura y ejercer una función crítica capaz de cuestionar y desenmascarar
aquellos contravalores que no ayudan a crecer en la línea de una sociedad más
humana.
La fe debe responder a los problemas que hoy tienen planteados la humanidad
en el campo de la ciencia y la civilización, en un diálogo constante con otras
respuestas posibles; en este diálogo la fe se encuentra con otros saberes
humanos con los que puede confrontarse desde una reflexión teológica que la
convierte también en un saber razonable: Es preciso instruirlos sólidamente con